12.2.11

Buenos y malos profesores

El 75% de los uruguayos mayores de 15 años no terminó Secundaria y más del 48% ni siquiera su ciclo básico, según datos divulgados por el Instituto Nacional de Estadística (*). Son los peores índices del Mercosur, lejos de países que a su vez están lejos de tener un nivel educativo aceptable. Los que se quedan en el liceo, mientras tanto, aprenden poco y nada, como demuestran las pruebas PISA.
El debate, mientras tanto, es el mismo de siempre. Que hay que respetar la autonomía de la educación. Que hay que terminar con la autonomía. Que hay que educar en valores. Que hay que educar para el mercado. Que el Plan Ceibal nos salvará. Que solo el Plan Ceibal no alcanza. Que nunca antes se destinaron tantos recursos para la educación. Que hay que destinar más recursos. Que el ausentismo docente es muy alto. Que el ausentismo es culpa del sistema. Años y años escuchando la misma cantinela, barranca abajo.
Los sindicatos mandan: por eso la antidemocrática autonomía es sacrosanta y los recursos económicos se siguen aumentando sin exigir contrapartida alguna. Mientras tanto, los jóvenes ni siquiera pueden escribir y leer bien en castellano. De aprender inglés ni hablamos. ¿Matemáticas? Difícil para analfabetos virtuales.
Deberíamos dejarnos de mentiras piadosas, porque no hay piedad para los estafados por el sistema educativo. Se dice que todo se hace en nombre del progresismo y la solidaridad, pero en el quintil más pobre de la sociedad apenas el 1,7% termina Secundaria. La Universidad de la República es gratis... para los ricos. Mientras festejamos el pleno empleo, estamos construyendo un país de vigilantes, vendedores ambulantes, limpiadoras esclavizadas en empresas tercerizadas y carne joven para call centers.

La revista Newsweek propuso en marzo de 2010 la siguiente solución para los problemas de la educación en Estados Unidos: "Debemos despedir a los malos profesores". Una revista educativa le respondió poco después: la solución no es despedir a los malos, sino "apoyar a los buenos profesores".
Ambas propuestas son lógicas y necesarias, pero nosotros no aplicamos ninguna de las dos. En Uruguay -donde la religión es emparejar para abajo- ni se premia a los buenos, ni se echa a los malos. En realidad, como los sistemas de evaluación no son sistemáticos ni están bien organizados, ni siquiera sabemos bien cuáles son unos y cuáles son los otros. Averiguarlo sería un primer paso.

(*) El Instituto Nacional de Estadísticas mide el porcentaje de adultos que no terminó Secundaria considerando el universo de personas a partir de los 15 años. Pero, por su edad, es lógico que los que tienen entre 15 y 17 no hayan terminado el bachillerato. El porcentaje de adultos que no terminaron sexto entonces debe ser menos al 75% que indica la Encuesta de Hogares del INE.

4.2.11

La inquietante sombra de Villanueva Saravia

Qué país más maravilloso es Uruguay. Esa es la idea con la que somos bombardeados día y noche por cierta publicidad reaccionaria y omnipresente. A esta tierra no la cambio por nada, repite mil veces por día la propaganda.
Leer el libro Complot a la uruguaya. ¿Quién mató a Villanueva Saravia?, de Mario Burgos y publicado por Planeta, por el contrario, deja la sensación opuesta.
El intendente de Cerro Largo apareció muerto en su casa el 12 de agosto de 1998. Tenía 33 años, grandes ambiciones y una popularidad política creciente. Antes de que cualquier averiguación seria pudiera ser llevada a cabo, el entonces ministro del Interior Luis Hierro anunció que se trataba de un suicidio. La posterior investigación judicial le dio la razón.
Ahora el inquietante libro de Burgos denuncia que tal investigación estuvo signada por inexplicables omisiones, numerosas contradicciones y una falta de rigor generalizada.
Entre otras muchas acusaciones, Burgos señala, citando cientos de pasajes del expediente:
Los testigos nunca fueron incomunicados. El juez entrevistó al primero de ellos recién ocho días después de la aparición del cuerpo.  La casa le fue entregada a la viuda al día siguiente, imposibilitando cualquier investigación posterior. No se averiguó ni se indagó por qué Villanueva había extendido el horario de la guardia policial en su casa y había solicitado pocos días antes un presupuesto para colocar un sistema de alarma. El proyectil que mató a Villanueva no fue preservado por la Justicia. El arma volvió a ser disparada, de modo que ya no sirvió como prueba de nada. No se buscaron huellas dactilares en la casa del muerto. A nadie le pareció sospechoso que la camioneta del intendente hubiera quedado estacionada fuera de la residencia y con las llaves puestas, cosa que jamás hacía Villanueva. Una importante prueba forense, casi imprescindible en todo caso de hipotético suicidio, la maniobra de Taylor, no le fue realizada al cadáver. No se analizaron los dedos índice y pulgar del muerto para hallar rastros de pólvora como ocurre con quienes se matan con un revólver. No se estudió la agenda de Villanueva. La investigación judicial no aclaró infinitas contradicciones de los testigos sobre quién llamó por teléfono a quién esa fatídica noche. Se tardó más de cuatro meses en recoger el testimonio de la viuda y se desecharon sin investigar varias pistas que aportó. Se descartó, mediante explicaciones muy poco convincentes, el testimonio de un testigo que esa noche vio entrar dos autos a la residencia del intendente. No se realizó una “autopsia psicológica” del muerto, aconsejable en estos casos. Eso sí: se realizó una “pericia técnica”, especie de simulacro de lo ocurrido, ¡usando un zapallo como presunta cabeza de la víctima!
Las declaraciones de los testigos en el expediente, según recoge Burgos, provocan escalofríos al lector por sus contradicciones y su notoria falta de credibilidad en algunos casos, pero no parecen haber inquietado demasiado al fiscal y al juez.
Una de las dos secretarias de Villanueva, que también era su amante, dio en el juzgado dos testimonios opuestos y contradictorios. Era imposible que los dos fueran ciertos, ya que eran y son incompatibles. ¿Cómo reaccionaron el fiscal y el juez? No la procesaron por falso testimonio sino que tomaron por cierta la declaración que más convenía a la tesis del suicidio. La otra simplemente la desecharon.
Una testigo escuchó a esa misma secretaria llamar a su madre, que vivía entonces en la localidad de Fraile Muerto, y decirle: “Mamá, Villa ya está muerto”.
Un periodista de Melo denunció, según Burgos, que en Fraile Muerto se supo de la muerte de Villanueva al menos dos horas antes que en Melo y en Montevideo. Ni el fiscal ni el juez se interesaron por su testimonio.
La pareja de esta secretaria-amante también declaró una cosa a la revista Posdata y otra opuesta en el juzgado. ¿Qué hicieron el juez y el fiscal? Simplemente aceptaron que el involucrado zanjara el asunto aduciendo que le había mentido a la revista.
Sería muy sano para la credibilidad del sistema que el juez Ricardo Míguez y el fiscal Gustavo Zubía respondieran a las acusaciones de Burgos.
Pero el libro es más inquietante todavía. Complot a la uruguaya está escrito por quien fue un colaborador cercano de Villanueva. Burgos fue abogado y asesor personal de Saravia en los dos últimos tormentosos años de su vida, a la vez que director del Departamento Jurídico de la Intendencia de Cerro Largo.
Está claro que es un libro escrito por alguien que se sentía cercano al intendente fallecido. Y también que la obra no trata sobre la vida de Villanueva sino sobre la investigación de su muerte.
Pero, aún así, el inquietante retrato de Villanueva Saravia aparece como trasfondo.
Un político que no dudaba en comprar votos con dinero contante y sonante. Que colocaba a sus amigos en cargos públicos a diestra y siniestra. Que violaba las normas de tránsito siendo intendente. Que usaba fondos públicos para solventar fiestas privadas. Tan preocupado por mejorar la eficacia de la Intendencia de Cerro largo como por acostarse con las esposas de sus aliados y rivales políticos para después tener un elemento más para presionarlos. Admirador entusiasta de Perón y de Hitler, estudioso de los métodos del nazi para cautivar a las masas. Mein kampf era su libro de cabecera. Lo tenía cada noche en la mesa de luz.
Ése es el otro elemento que torna al libro tan inquietante. Mientras la televisión sigue repitiendo que somos tan fantásticos, Complot a la uruguaya resulta turbador por partida doble. Porque es duro ver como un político de ese perfil en apenas unos pocos años logró una proyección política privilegiada que ya lo catapultaba como una figura nacional. Y no menos duro es leer como su muerte fue laudada como suicidio desde el poder político e investigada de un modo tan patético por el Poder Judicial.
Burgos, sin proponérselo, termina por brindar un tétrico retrato del Uruguay.
Esta tierra no es el paraíso de la publicidad barata. Necesita cambiar mucho. 

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